“Es horrible, devastador, ya no puedo ir a ningún sitio sola. Antes nadie decía nada malo de nosotros, todos éramos felices. Pero ahora tengo miedo”, decía Gabriela Macías, de 17 años, tras depositar flores en el memorial contra el horror improvisado estos días en una valla junto a un Walmart de El Paso (Texas), el más cercano a la frontera, escenario el pasado sábado del mayor ataque contra la comunidad hispana de Estados Unidos en la historia moderna del país. Su madre, Blanca Soria, a su lado, sentía lo mismo: “Miedo. Miedo por mis hijos. Van a la escuela, van a trabajar o a divertirse, y yo quisiera que se quedaran en casa conmigo. Este ataque lo ha cambiado todo”.
El sentimiento se repite por todo el país. Miedo, pero también furia, dirigida contra un presidente cuya retórica muchos consideran responsable del clima de odio que ha desembocado en el ataque que dejó 22 muertos en la ciudad que simboliza la frontera y la integración de la comunidad hispana de Estados Unidos. Un colectivo que ha pasado de sentirse invisible a verse en el centro de un envenenado debate político nacional y, desde el fatídico 3 de agosto, a descubrirse en el punto de mira del fusil semiautomático de un fanático que entró a tiros en un hipermercado para combatir “la invasión hispana” del país, utilizando una expresión a la que ha recurrido reiteradamente Donald Trump en sus dos años y medio de cruzada contra inmigración.
“Las palabras tienen consecuencias, y las de este presidente movilizan a los grupos radicales que piensan que los latinos no formamos parte de este país. Este ataque fue motivado por la retórica de Trump. Estamos viendo las consecuencias de las palabras del presidente. Sus mentiras, sumadas al silencio sobre las contribuciones que hemos hecho a este país durante generaciones, incitan a esta violencia. Pero nuestra comunidad va a decir basta. Vamos a salir a votar. Tenemos que organizarnos, saber nuestros derechos, saber qué hacer cuando nos los niegan. Debemos marcar en nuestros calendarios el 3 de noviembre del año que viene, fecha de las elecciones presidenciales, como nuestro cumpleaños. Esto ha sido un punto de inflexión, un detonante para pasar a la acción. Debemos registrarnos para votar, presentarnos para cargos electos, buscar nuestra voz, en la calle y en la política”, opina Sindy Benavente, directora de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, la más antigua organización de derechos civiles de los hispanos en el país.
El ataque ha llevado a muchos latinos a cuestionarse su lugar en la sociedad estadounidense. La población hispana en EE UU alcanzó los 59,9 millones de personas en 2018, y es responsable del 52% del crecimiento de la población total del país en los últimos 10 años. Casi uno de cada cinco estadounidenses es latino. Pero el 60% de los hispanos adultos, según el centro de investigaciones Pew Research, dice haber experimentado discriminación o haber sido tratado injustamente por su raza u origen étnico.
La socióloga española Elizabeth Vaquera, directora del Instituto Cisneros de Liderazgo Hispano de la universidad George Washington, en la capital del país, que lleva diez años trabajando con jóvenes latinos sin papeles, considera que el ataque de El Paso puede tener un efecto unificador en una comunidad que es, en sí misma, también diversa. “Fue un crimen de odio contra los hispanos, independientemente de si eran migrantes o no”, explica. “Es el juego tramposo al que ha sabido jugar tan bien Trump: el latino es inmigrante, el inmigrante es criminal, luego el latino es criminal. Por eso pienso que esto puede crear una solidaridad que no era tan palpable antes. Lo que hemos visto en nuestra investigación con familias latinas es que están más estresadas desde la elección de Trump, y ese estrés psicológico no se observa solo entre los inmigrantes. Tenemos datos que demuestran que ha cambiado el comportamiento de esas familias, independientemente de si están aquí de manera legal o no. Se dan cuenta de que es el color de la piel, es el latino como grupo étnico el que está siendo discriminado”.