24.5 C
Santo Domingo
miércoles, diciembre 11, 2024
spot_img

En Texas y Ohio Las razones detrás de las dos matanzas en Estados Unidos que dejaron 29 muertos

Solo en lo que va del año ya hubo 251 víctimas fatales en matanzas en todo el país. El control de armas, otra vez en el centro del debate, junto con el discurso incendiario de Donald Trump.

Dos matanzas en menos de 24 horas en los Estados Unidos, con 29 muertos entre ambas. El martes había ocurrido otra en Mississippi con dos víctimas fatales; el domingo otra en California, con 3. Solo en lo que va del año ya hubo 251 en todo el país. El mundo se pregunta por qué la primera potencia global tiene este récord horrendo en las entrañas, con un patrón bastante común en el perfil del atacante: un estadounidense blanco, hombre, con un fusil de asalto propio, lleno de odio.

El asesino del supermercado Walmart de El Paso, Patrick Crusius, ahora detenido, es un estudiante blanco de 21 años, de pocas palabras, que solía pasar inadvertido ante sus compañeros. Pero se descubrió que poco antes del ataque había subido a la plataforma 8chan (una red social en la que los supremacistas blancos suelen compartir ideas) un manifiesto en el que acusaba a los hispanos de “invadir” Texas y de buscar conquistar el poder en los Estados Unidos. En otras palabras, estaba decidido a matar latinos y por eso viajó varias horas en auto, desde Dallas hasta El Paso, una ciudad fronteriza con México que es uno de los principales centros de inmigración, con 85% de hispanos.

No están aún claras las motivaciones del asesino de Dayton, Ohio, pero se sabe que es Connor Betts, un joven de 24 años, blanco, sin antecedentes penales, que portaba un rifle y ropa de ataque, como Crusius.

El debate que surge siempre tras las matanzas es el del control de armas. Por qué un chico de 21 años, que recién está autorizado a comprar una cerveza a esa edad, puede adquirir con un trámite menor un fusil semiautomático, un arma de guerra con capacidad de cometer una matanza en pocos minutos. Y por qué, pese a los continuos baños de sangre, los legisladores nunca logran una mayoría para limitar el acceso.

Pero desde que Donald Trump asumió el poder, otra discusión toma cada vez más fuerza: crecen las voces que acusan al presidente de atizar estas masacres con su discurso incendiario en contra de los inmigrantes y las minorías.

Desde la campaña electoral de 2016 que lo llevó a la Casa Blanca, Trump no se ha cansado de llamar “violadores” y “narcotraficantes” a los inmigrantes mexicanos, “terroristas” a los musulmanes y ha evitado condenar actos de supremacistas blancos. Además, insulta constantemente a las minorías y ha llegado a mandar “de vuelta a sus países” a legisladoras estadounidenses de origen afroamericano, portorriqueño, sudanés o de religión musulmana.

De hecho, tras conocerse las características del ataque de El Paso, Trump tuiteó que había sido un acto “trágico” y “de cobardía” y evitó calificarlo como un crimen de odio o racista. Las palabras importan, sobre todo cuando muchos de los últimos ataques fueron cometidos por simpatizantes manifiestos de Trump. Recién al fin de la tarde, después de recibir una ola de críticas, el presidente dijo a la prensa que «el odio no tiene lugar en este país».

En un acto en Florida el mayo pasado, Trump preguntó cómo frenar el ingreso de los inmigrantes. “¡Dispárenles!”, gritó un simpatizante desde la audiencia, mientras era vivado por toda la multitud. Trump sonrió y no dijo nada.

Para los votantes del inmenso interior del país, blanco y rural, que adora al presidente, el discurso contra “la invasión” de latinos y musulmanes prende y con fuerza. De la mano de Trump, ellos creen que los inmigrantes les quitan el trabajo y diluyen la tan mentada identidad blanca, anglosajona y protestante estadounidense. El odio al diferente parece justificado bajo la premisa del “Make America Great Again” (Un Estados Unidos grande otra vez), un país que ellos imaginan al estilo retrógrado de los años 50, comandado por hombres blancos y cristianos, donde las mujeres y las minorías quedan afuera del mapa.

En plena campaña electoral, los demócratas ya han comenzado a resaltar este fenómeno: “Hemos visto un aumento en los crímenes de odio los tres últimos años, durante una administración en la que un presidente que llama a los mexicanos violadores y criminales. Aunque los inmigrantes mexicanos cometen delitos en un porcentaje menor que aquellos nacidos en el país, ha tratado de hacer que tengamos miedo de ellos”, aseguró Beto O´Rourke, precandidato demócrata a la presidencia, que ha sido congresista por Texas, donde se cometió la matanza el sábado.

“Es un racista y aviva el racismo en este país. Y eso no solo ofende nuestras sensibilidades. Cambia fundamentalmente el carácter de este país y lleva a la violencia”, agregó. Otros postulantes opositores se pronunciaron en forma similar.

En el Congreso, los legisladores permanecen paralizados. No solo por la influencia del lobby de las armas o la Asociación Nacional del Rifle sino también porque tienen real temor de tocar una cuerda supersensible de la sociedad estadounidense, que es el derecho a portar armas, plasmado en la Segunda Enmienda constitucional. Muchos congresistas republicanos y hasta demócratas –sobre todo los del interior del país–, consideran que podrían perder sus puestos si se atreven a dar un paso en limitar el acceso.

Estados Unidos, tierra de cowboys, es la sociedad más armada del mundo, con un promedio de un fusil o pistola por habitante (cerca de 300 millones). El cóctel de un Congreso inmóvil más un presidente con retórica incendiaria no hace más que dar una luz verde tácita a los supremacistas blancos y dementes que –como tantos estadounidenses– tienen un arsenal en el placard, al alcance de la mano.

Artículos Relacionados

últimas