Esta semana, luego de que sus esfuerzos culminaron con un transcendental voto para que Argentina se convierta en el país latinoamericano más grande en legalizar el aborto.
The New York Times
Buenos Aires, Argentina
Apenas hace dos años, a las organizadoras de un emotivo movimiento en Argentina les tocó aceptar lo que se sintió como una amarga derrota, sus esfuerzos para legalizar el aborto fueron rechazados en el Senado después de un intenso cabildeo de la Iglesia católica.
Esta semana, luego de que sus esfuerzos culminaron con un transcendental voto para que Argentina se convierta en el país latinoamericano más grande en legalizar el aborto, quedó claro que la derrota fue un paso fundamental para cambiar aún más la conversación en torno al feminismo en su país.
“Logramos romper con los prejuicios y el debate se volvió menos dramático”, comentó Lucila Crexell, quien se encontraba entre los senadores que votaron para legalizar el aborto el miércoles. Ella estuvo entre los legisladores que se abstuvieron de votar en 2018. “La sociedad en general comenzó a entender el debate en términos más moderados y con menos fanatismo”.
El cambio fue visible en las calles: lo que comenzó como una serie de marchas de mujeres jóvenes, con el paso de los años comenzó a lucir como un verdadero movimiento nacional. Las mujeres mayores, y también los hombres, se unieron a las manifestaciones. Los obreros se unieron con los profesionistas en las marchas y quienes hacían campaña en las zonas rurales unieron lazos con la base urbana del movimiento.
Llegaron a apoyar un movimiento que de manera formal comenzó en 2015 como resultado de la indignación por el asesinato de mujeres —ese movimiento se llamó Ni Una Menos— y comenzó a centrar su mensaje en el costo que los abortos clandestinos tenían.
Sin embargo, las semillas de su éxito se plantaron hace más de una generación, en las campañas de las madres y abuelas de los desaparecidos que ayudaron a marcar la salida de años de juntas militares en Argentina en los años ochenta. Cuando las activistas por los derechos del aborto de los últimos años ondeaban sus distintivos pañuelos verdes, estaban siguiendo los pasos de esas mujeres argentinas, que protestaron contra los abusos de los generales al usar pañoletas blancas.
“Argentina tiene una tradición bien establecida en lo que respecta a la organización y las movilizaciones populares”, comentó Elizabeth Gómez Alcorta, ministra argentina de las mujeres, géneros y diversidad. “La calle, como la llamamos, tiene un efecto poderoso en la conquista de derechos”.
En 2010, el Congreso aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, con lo que convirtió a Argentina en el primer país de Latinoamérica en conferirles el derecho a tantas personas en la región en este momento. Hace dos años, Argentina aprobó una de las leyes más progresistas en términos de identidad de género en el mundo. Ambas cuestiones cobraron impulso a través del activismo en las calles.
Las mujeres también han obtenido masa crítica en el Congreso, capaz de moldear el debate sobre los derechos al aborto, dado que una ley de cuotas les reservó por primera vez un tercio de los escaños legislativos en la década de los noventa y posteriormente se amplió para exigir la paridad.
En esta última votación y victoria, las legisladoras enmarcaron el derecho al aborto como una cuestión de justicia social y de salud pública: decenas de mujeres mueren al año en busca de abortos, según la Red de Acceso al Aborto Seguro de Argentina.
Ese marco también hizo que el esfuerzo políticamente aceptable para el presidente Alberto Fernández, un profesor de Derecho y militante de izquierda que fue elegido en 2019, hiciera de la legalización del aborto una promesa de campaña y una prioridad legislativa temprana.
“En Argentina, el aborto seguro existe para aquellas mujeres que pueden pagarlo”, dijo Vilma Ibarra, la secretaria jurídica y técnica del presidente, quien redactó el proyecto de ley. “Las que no pueden deben pasar por condiciones muy difíciles”.
Las feministas argentinas asumieron la causa del derecho al aborto ya desde los ochenta, pero el tema encontró poca tracción política en un momento en que la propia democracia parecía frágil tras la dictadura militar y en el que el conservadurismo religioso tenía un gran peso en el debate público.
La campaña formal comenzó en 2005, con la fundación de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito , una organización coordinadora sin líderes para la cual la legalización era su principal objetivo.
Presentaron un primer proyecto de ley en 2008, que fue rechazado por la gran mayoría de los legisladores, que temían que el hecho de estar asociados con el tema pudiera perjudicarlos políticamente sin rendir frutos, ya que se consideraba que el proyecto no tenía ninguna posibilidad de ser aprobado al ir en contra de los grupos de presión de la Iglesia católica.
“Muchos dijeron que estaban de acuerdo, pero se negaron a poner su firma en el proyecto de ley”, dijo Julia Martino, una activista que ayudó a dirigir ese esfuerzo.
El tiempo también obró a favor de la legalización del aborto.
El movimiento Ni Una Menos ya había llevado los derechos de las mujeres a la conversación política nacional en 2017, cuando Argentina aprobó una ley que ampliaba el sistema de cuotas en el Congreso, lo cual abrió la vía para que las mujeres alcanzaran la plena paridad en la política nacional.
Ese hito fue resultado del trabajo de una coalición de mujeres legisladoras que descubrieron, mientras elaboraban estrategias en grupos de WhatsApp y otros entornos, que trabajaban bien juntas incluso a pesar de sus diferencias políticas.
La alianza que construyeron para luchar por una mayor presencia femenina en la legislatura permitió que las mujeres rompieran filas con los hombres mayores de la política y forjaran un nueva clase de política cooperativa, pragmática y en gran medida carente de grandilocuencia.
“Nos dimos cuenta de lo poderosas que somos como mujeres cuando actuamos de manera coordinada”, dijo Silvia Lospennato, miembro del Congreso aliada del expresidente Mauricio Macri, un líder de centroderecha que se opuso al aborto.
“Todas contribuimos, en una manera de hacer política que es muy anómala y completamente diferente de la manera en que los hombres hacen política”, dijo Lospennato.
Dado que prevaleció la paridad, muchas legisladoras vieron un camino para legalizar el aborto en 2018. El esfuerzo se convirtió en un movimiento nacional, pero se quedó corto en el Senado después de una fuerte campaña de la Iglesia católica, y en particular del papa argentino Francisco.
Al año siguiente, Fernández, quien ha apoyado durante mucho tiempo el derecho al aborto legal, hizo campaña para la presidencia como feminista. Su póster de campaña incluía una versión de género neutral de la palabra “todos”, en la que en el lugar de la letra “o” aparecía el símbolo del sol.
Una vez en el cargo, Fernández creó una secretaría dedicada a la promoción de los derechos de la mujer. Y prometió que pondría el peso del poder ejecutivo en el esfuerzo para legalizar el aborto.
“Vio que había un movimiento de base que quería aprovechar”, dijo María Victoria Murillo, profesora de Ciencias Políticas de la Universidad de Columbia, de nacionalidad argentina. “Los políticos argentinos están muy atentos a los movimientos de las calles”.
Fernández celebró la victoria en el Senado, donde la medida fue aprobada por un margen más amplio de lo que muchos, en la cámara y fuera de ella, habían anticipado.
“El aborto seguro, legal y gratuito es ley”, dijo en Twitter. “Hoy somos una sociedad mejor”.