Nerea González
Johannesburgo, 3 sep (EFE).- ‘Como hienas rodeando a una presa herida’. Así califica el presidente Cyril Ramaphosa a quienes usan la pandemia en Sudáfrica para alimentar otra plaga que asuela el país, la corrupción; un perverso drama que está forzando al oficialismo a buscar y señalar a las ‘hienas’ en sus propias filas.
Ni las más de 14.000 muertes, ni una crisis económica histórica, ni el sacrificio colectivo de los sudafricanos para frenar el virus fueron, aparentemente, suficientes para evitar que algunos aprovecharan la pandemia en su propio beneficio, impidiendo que los recursos llegaran allí donde más se necesitaban.
Las sospechas de ilegalidades tocan todo tipo de frentes: paquetes de comida nunca entregados a quienes se quedaron sin nada durante el confinamiento, grandes fraudes con las licitaciones de los equipos de protección para los sanitarios, centros de salud mal equipados -y hasta con ratas- tras años de mala gestión, escándalos con las mascarillas para los niños y profesores en las escuelas.
Nada, ni las ayudas al desempleo, parecen haber estado a salvo y, mientras eso ocurría, la nación más desarrollada de África se convertía en uno de los mayores focos mundiales de la COVID-19.
En palabras del auditor general de Sudáfrica, Kimi Makwetu, cuya oficina se va a encargar ahora de realizar una auditoría ‘en vivo’ de los recursos de lucha contra la COVID-19, el esfuerzo económico sin precedentes realizado por Sudáfrica -unos 25.000 millones de euros del erario- aterrizó en un marco de controles ‘pobres’, falta de ‘responsabilidad’, ‘indiferencia’ respecto a las normas e ‘incapacidad’ para manejar los desafíos.
La auditoría y otras iniciativas se están traduciendo ya en las primeras suspensiones de cargos públicos.
Pero la gran cuestión en juego es si el esfuerzo será un punto de giro para erradicar un mal que lleva más de una década erosionando el normal funcionamiento de Sudáfrica.
‘Lo que ha pasado aquí es que se ha alcanzado una especie de punto de inflexión, porque es un abuso descarado’, explicó a Efe el analista sudafricano Jakkie Cilliers, cofundador del Instituto de Estudios de Seguridad (ISS, por sus siglas en inglés), quien considera que estos escándalos tienen a los sudafricanos muy enfadados con sus gobernantes y necesitan ver cambios.
EL PARTIDO GOBERNANTE, EL ‘ACUSADO NÚMERO UNO’
La corrupción no ha hecho distinción ni con sectores, ni tampoco con rangos.
Con el país controlado políticamente por el Congreso Nacional Africano (CNA) -movimiento en el que militó Nelson Mandela y partido que gobierna Sudáfrica desde la llegada de la democracia en 1994-, las acusaciones salpican desde a dirigentes oficialistas locales y parlamentarios nacionales hasta la mismísima portavoz de la Presidencia sudafricana, Khusela Diko.
Hasta tal punto la corrupción está extendida que, en un movimiento sin precedentes, el propio Ramaphosa remitió a finales de agosto una extensa carta pública a sus camaradas en la que reconocía que el CNA, aunque no es el único culpable de este mal, es el ‘acusado número uno’.
‘A lo largo de la nación hay un sentimiento de ira y desilusión por las informaciones de corrupción en nuestra respuesta a la pandemia de coronavirus. Esta ira es entendible y está justificada’, admitía el presidente sudafricano en un mensaje de ‘mea culpa’ en el que sostenía que, tras 26 años con el CNA en el poder en los que los valores han decaído, toca emprender acciones decisivas.
La carta era inusualmente dura pero las promesas, desde luego, no eran nuevas.
Ramaphosa, de hecho, ascendió al cargo a comienzos de 2018 -en sustitución de Jacob Zuma, forzado a dimitir en medio de numerosos escándalos- enarbolando la bandera de una vuelta a la integridad, tanto para el país como para el partido gobernante, y con similares compromisos revalidó el poder en las elecciones en mayo de 2019.
‘Recordemos que ahí donde a Sudáfrica se la ve como ampliamente corrupta, antes no fue siempre así. Son las políticas del CNA las que han creado el problema y por eso es tan difícil para el CNA lidiar con ello’, argumenta Cilliers.
RAMAPHOSA VERSUS ZUMA Y UNA GUERRA INTERNA EN EL CNA
Señalar la corrupción y sus culpables no es solo una cuestión criminal.
Para el CNA es también toda una batalla política interna en la que se define tanto el futuro del país como las opciones de que el partido siga siendo la fuerza mayoritaria a medio plazo.
La carta de Ramaphosa, de hecho, provocó un virulento movimiento interno que se materializó en otro mensaje público firmado por el personaje que probablemente mejor encarna la reputación corrupta del CNA: el expresidente Zuma.
‘Es usted, de hecho, el primer presidente del CNA, desde su creación en 1912, en levantarse públicamente y acusar al CNA como organización y decir que el CNA debe agachar la cabeza con vergüenza. Es una declaración devastadora’, respondía Zuma.
‘Veo su carta como una distracción, un ejercicio de relaciones públicas por el que acusa a todo el CNA para salvar su propio pellejo’, zanjaba el exmandatario.
En paralelo, los aliados del expresidente (implicado en numerosas investigaciones judiciales) se movilizaban pidiendo la cabeza de Ramaphosa y esgrimiendo contra el jefe de Estado acusaciones sobre la financiación de la campaña que en 2017 le llevó a conquistar el liderato del partido.
La guerra de facciones se escenificó el pasado fin de semana en una tensa reunión de la cúpula del CNA, de la que el jefe del Estado emergió reforzado y con una gran victoria bajo el brazo.
Logró que el partido se comprometa a que cualquier miembro acusado formalmente de corrupción tenga que suspender sus funciones, dimitir si es condenado y presentarse ante el comité de integridad si solo hay alegaciones, pero son lo suficientemente graves.
‘Esto cambia el juego, pero creo que hay que esperar porque las facciones dentro del CNA no han cambiado (…). Creo que la base de la propuesta está en el lugar adecuado, pero el CNA es un tanque gigante y dividido. Es como girar un petrolero en el mar, tiene que ocurrir despacio’, apunta Cilliers.
Si el barco va en la dirección adecuada se verá en las próximas semanas, especialmente si el seísmo de baja intensidad que dirige Ramaphosa se traduce en cambios en el Gabinete o en la esperada caída de grandes figuras del CNA -como el vicepresidente del país o el secretario general del partido, ambos de la facción contraria a Ramaphosa- sobre las que pesa la sombra de la corrupción. EFE