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sábado, octubre 5, 2024
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Messi condena al Atlético

Messi tiene sus propias reglas. Siempre las ha tenido. Él vive conforme le dicta su zurda y no entiende otra manera de hacer las cosas. Este domingo una arrancada final sirvió de epitafio para un Atlético tan alegre y fogoso como inocente. Su clemencia fue la vitamina para un Barça donde lo único que siempre funciona tiene nombre y apellidos. Da igual el tiempo que pase. [Narración y estadísticas: 0-1]

Sobre una hierba plagada de jugadores de puro instinto depredador, fueron los defensas quienes pudieron cambiar el destino de inicio. No hay una verdad absoluta en el fútbol. En las botas de Mario Hermoso anduvo buena parte de la suerte rojiblanca, pero entre los soberbios reflejos de Ter Stegen y el poste, el gol le dio esquinazo, igual que viene haciéndolo. A Junior Firpo, por ejemplo, le ocurrió todo lo contrario. El Atlético olió sus miedos y se volcó por su costado tratando de pescar entre sus temblores.

El lateral desvió al palo el centro de Hermoso que levantó a la sonora grada local. Poco después pudo escribir un penalti en su hoja de servicio. Se quedó a unos centímetros. Y desde la cabeza de Gerard Piqué pudo haber iniciado el Barcelona su primera conquista del Wanda Metropolitano, pero fue el larguero, con el interminable Oblak ya batido, quien escupió el mejor chispazo azulgrana hasta ese momento.

El Atlético arrancó con brío, en busca de un rival al que llevaba casi una década sin ganar en LaLiga. De aquella noche de San Valentín de 2010 en la que el Barça clavó la rodilla por última vez (2-1), sólo sobrevivía Messi. Demasiado tiempo, sólo interrumpido por las célebres noches de Champions, y demasiadas cuentas pendientes que aún perdurarán. 

Arthur trató de poner orden en el juego de su equipo junto a Rakitic pero siempre tenían encima (sobre todo el brasileño) los bigotes y el aliento del ZorroHerrera. Los pulmones del mexicano tienen bastante culpa de que los rojiblancos hayan vuelto a latir y su rostro, desfigurado durante buena parte del otoño, haya empezado a recuperar el color, el ánimo y, sobre todo, el espíritu.

FALTA DE PRECISIÓN

Pero en el fútbol no sólo basta con el espíritu y el alma. De lo contrario, el Atlético se habría marchado al descanso con un resultado bastante generoso en su mochila. Para cuando Rakitic remató por primera vez sobre la puerta de Oblak, a eso de la media hora, los de Simeone ya lo habían hecho hasta en ocho ocasiones.

Aunque siempre con la misma puntería. La contundencia es ahora mismo el mayor pecado que arrastran los madrileños y su penitencia la marca la clasificación. Ante el Barça volvió a añorar el mismo veneno que echó en falta en Turín o Granada, los escenarios más cercanos en el tiempo. A veces también parece cosa de brujas. Es la única explicación para el contundente cabezazo de Morata acabase repelido por un manotazo de Ter Stegen.

Griezmann le llovió por partida doble. El cielo de Madrid le dio la bienvenida con un diluvio y la grada del Metropolitano, a la que tantas veces puso en pie, le empapó con una bronca que en ningún momento cesó y que, probablemente, nunca lo hará. Hay heridas que ni siquiera el tiempo es capaz de cerrar. El francés vio de cerca a su heredero, Joao Félix, de regreso a la titularidad tras un mes y medio. Ese chico de 20 años, con arranques intermitentes de genio, fue quien lucía ese dorsal número 7 que fue suyo. El niño portugués duró poco más de una hora y volvió a ser sustituido. A su grada no le hizo la menor gracia. El caso es que ninguno de los dos fue capaz de encontrar ningún camino.

Joao Félix, durante el partido ante el Barça.
Joao Félix, durante el partido ante el Barça.

Y mientras se derramaba el cielo de Madrid sobre el Metropolitano, el partido se abrió y su suerte quedó en manos de que alguna contra le acabara hiriendo de muerte. El Atlético no encontró manera de detener a Messi, ni siquiera con tres embestidas. Un preludio. Tampoco el Barça halló la fórmula para desnudar a Oblak, pese al empeño. A los rojiblancos les faltó un gesto y les sobró algún regate. El balón amenazó por las áreas pero no acabó por decidirse a cruzar la línea. En esas, Mateu Lahoz perdonó a Piqué lo que parecía destinada a ser su segunda amarilla, tras detener la carrera a campo abierto de Morata.

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